¿ Que cosmopolítica?COMENTARIOS SOBRE LOS TÉRMINOS DE PAZ DE URLICH BECK


¿Qué  es cosmopolítica?: Comentarios sobre los términos de paz de Ülrich Beck



     Bruno Latour **


Benditos los que hacen la paz. Siempre es más agradable leer una propuesta de paz (como la de Ülrich Beck) que un llamado a la jihad (como el de Samuel Huntington). Hay que darle la bienvenida a un cosmopolitismo robusto, realista como el de Beck


Pero, por otra parte, las propuestas de paz solamente tienen sentido si se entienden bien los alcances de los conflictos que  supuestamente van a resolver. Una comprensión desapegada, y, digamos, fácil de la enemistad, una indiferencia wilsoniana a su complejidad, puede incitar aún más a las partes hacia una disputa violenta. El problema con la solución de Beck es que si las guerras fueran cuestión de universalidad y particularidad, como él las hace parecer, entonces la paz mundial habría ocurrido hace mucho. Los límites del enfoque de Beck consisten en que su “cosmopolítica” no implica ningún cosmos y por tanto ninguna política tampoco. Yo soy un gran admirador de la sociología de Beck —la única de amplio alcance que Europa puede ofrecer— y lo he manifestado por escrito  ¿El cosmos de quién? ¿Qué cosmopolítica? Comentarios sobre los términos de paz de Ülrich Beck en varias oportunidades. Lo que hay aquí es una discusión entre amigos que trabajan juntos en la resolución de un puzzle que para muchos sigue hoy sin solución. Permítaseme dejar en claro de partida que no pongo en cuestión la utilidad de una  ciencia social  cosmopolita que, más allá de las fronteras de los estados-nación, intente observar los fenómenos globales con ayuda de nuevos tipos de estadísticas e investigaciones. Este punto lo acepto con suma prontitud porque, para mí,  sociedad  no ha sido nunca equivalente a  estado-nación. Por dos razones: la primera es que las redes científicas que me he  tomado algún tiempo en describir nunca han estado limitadas por frontera nacional ninguna:


 Global  es, en buena medida, y como el globo mismo, una invención de la ciencia. La segunda razón es que, como bien saben los discípulos de Gabriel Tarde, sociedad  siempre ha significado asociación, y no se ha limitado nunca a los humanos. Así que siempre, y de buen agrado, he hablado, como Alphonse de Candolle, de “sociología de plantas”, o, como Alfred North Whitehead, de “sociedades estelares”. También debiera de quedar claro que no tomo con ironía la expresión “propuesta de paz”. Por el contrario, para mí es crucial imaginar otro rol para la ciencia social, que no sea el de un observador distante que observa desinteresadamente. Beck lucha por una mixtura de investigación e intervención normativa, y es a eso  a lo que me refiero exactamente cuando hablo del nuevo rol  diplomático  del científico social. Lo que está en liza entre nosotros es hasta qué punto estamos  preparados para asimilar el disenso, no solo respecto de la identidad de los humanos sino también respecto del cosmos en que viven. En un artículo importante, Eduardo Viveiros de Castro vuelve sobre una anécdota histórica que puede servir para ilustrar por qué el enfoque de paz sugerido por Beck no está del todo a la altura de su tarea. El ejemplo principal que nos da Viveiros de Castro es la “controversia de Valladolid”, la famosa  disputatio que sostuvieron los españoles para decidir si es que los amerindios tenían almas susceptibles de salvarse. Pero mientras ese debate estaba en curso, los indios se comprometían en otro no menos importante, aunque conducido teniendo en mente teorías y herramientas experimentales muy diferentes. Su objetivo, así como lo describe Viveiros de Castro, no era decidir si acaso los españoles tenían alma —eso parecía evidente— sino saber si es que los conquistadores tenían cuerpos.


 La teoría bajo la que operaban los amerindios era que todos los entes comparten por defecto la misma organización fundamental, que es básicamente la de los humanos. Una palmera, un pecarí, una piraña, una guacamaya; todos tienen un alma, un lenguaje, y una vida familiar, modelada según el patrón de un pueblo humano (amerindio). Todas las entidades tienen alma, y sus  almas son todas iguales. Lo que las diferencia es que sus cuerpos difieren, y  son los cuerpos los que les dan a las almas sus perspectivas contradictorias: la perspectiva de la palmera, del pecarí, de la piraña, del guacamayo. Todas las entidades tienen la misma  cultura pero no reconocen, no perciben, no viven en la misma  naturaleza. Los participantes de la controversia de Valladolid se hacían la pregunta opuesta, felices ellos en su ignorancia de que  había un lado opuesto. Los amerindios obviamente tenían cuerpos como los de los europeos, ¿pero tenían acaso el mismo espíritu? Cada parte condujo un experimento, basado en sus propias premisas y en sus propios procedimientos: por un lado, determinar si los amerindios tienen alma, y por otro lado determinar si los europeos tienen cuerpo. El experimento de los  amerindios no fue menos científico que el de los europeos. Tomaron como  conejillos de indias a unos conquistadores prisioneros y los sumergieron en agua para ver, primero, si es que se ahogaban y, segundo, si es que eventualmente su carne se pudriría. Este experimento fue tan crucial para los amerindios como la disputa de Valladolid lo fue para los ibéricos. Si los conquistadores se ahogaban y se pudrían la cuestión estaba resuelta: tenían cuerpo. Pero si no se ahogaban ni se pudrían, entonces los conquistadores habían de ser entidades puramente espirituales, similares quizá a los chamanes. Claude Lévi-Strauss resume, un tanto irónicamente, los dos  en  Historia de Oviedo Barcelona: Paidós, 1988, 77-78, reza como sigue: “En el mismo momento y en una isla vecina Puerto Rico, según el testimonio de Oviedo, los indios se esmeraban en capturar blancos y hacerlos perecer por inmersión; después, durante semanas, montaban guardia junto a los ahogados para saber si estaban o no sometidos a la putrefacción. De esta comparación entre las encuestas se desprenden dos conclusiones: los blancos invocaban las ciencias sociales, mientras que los indios confiaban más en las ciencias naturales; y en tanto que los blancos proclamaban que los indios eran bestias, éstos se conformaban con sospechar que los primeros eran dioses. A ignorancia igual, el último procedimiento era ciertamente más digno de hombres”. Pero, como ha mostrado Viveiros de Castro, y enmendando decisivamente la interpretación de Lévi-Strauss, el punto no era averiguar si acaso los conquistadores eran dioses, sino simplemente saber si es que tenían cuerpo.


La relevancia de dicha anécdota debiera saltar a la vista: en ningún punto de la controversia de Valladolid, ni siquiera de pasada, consideraron los protagonistas que la confrontación de los cristianos europeos y los animistas amerindios pudiese enmarcarse de otro modo que el que los clérigos cristianos suponían en el siglo XVI. En ningún momento se les preguntó a los amerindios qué era lo que ellos estimaban que estaba en disputa, ni tampoco lo pregunta Beck ahora. Pero hacer esa pregunta es solamente el primer paso en el camino hacia la adecuada complejidad. ¿Acaso estaban todos los europeos de acuerdo con todos? ¿No había (al menos) dos soluciones para el problema que surgía en Valladolid? Los indios tenían alma como los cristianos, o no —cada posición con sus partidarios. Beck supone que solamente había dos soluciones para el problema planteado en Valladolid (tienen alma, no tienen alma), e ignora el otro problema, que surgía en Sudamérica, sobre los cuerpos de los conquistadores (tienen cuerpo, no tienen cuerpo). De este modo, y como mínimo, una negociación entre europeos y amerindios tendría que tener cuatro partes. El cura dominico Bartolomé de Las Casas sostenía que los europeos y los amerindios eran básicamente lo mismo, y se quejaba de la crueldad tan poco cristiana de los cristianos para con sus “hermanos indios”.  ¿Pero cómo habría respondido, cómo se habrían modificado sus puntos de  vista, de haber sido testigo del ahogamiento sistemático de sus compañeros


españoles en un experimento científico diseñado para evaluar su grado  exacto de presencia corporal? Después de esa experiencia, ¿de qué “lado” estaría Las Casas? Viveiros de Castro es muy persuasivo al mostrar que a la cuestión de “el otro”, tan central para la teoría y la academia recientes, se la  ha enmarcado con una sofisticación inadecuada. Hay más maneras de ser  otro, y por cierto muy otras, que las que puede concebir hasta el alma más tolerante. ¿Qué tan cosmopolita es un negociador que media en nombre de una o dos de las cuatro (o más) partes en una disputa? Es nocivo, y quizá también etnocéntrico, asumir que los enemigos están de acuerdo sobre los principios básicos (el principio, por ejemplo, de que todos los seres humanos tienen cuerpo). Lo que digo es que es posible que la posición de Beck sea etnocéntrica, en la medida en que su cosmopolitismo es un caso amable


 Por supuesto, se trata aquí de una diferencia grande entre el proyecto “cosmopolita” de una sociedad civil internacional y lo que aquí estoy planteando. La diferencia, como quedó claro en un encuentro organizado por Ülrich Beck en la London School of Economics en febrero de 2004, es el peso que se le otorga a la palabra  cosmos. Los “ciudadanos del mundo” son cosmopolitas, eso es seguro. Pero eso no quiere decir que siquiera hayan comenzado a desentrañar las dificultades de una política del cosmos.





** Bruno Latour es filósofo, sociólogo de la ciencia y antropólogo francés, especialista en Estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad Es considerado una de las figuras fundamentales en la creación de la Teoría del Actor-Red y de los denominados Estudiosfilósofo, antropólogo y sociólogo. Sociales de la Ciencia y la Tecnología. Su labor docente se ha desarrollado principalmente en el Centro de Sociología de la Innovación de l’Ecole Nationale Supérieure des Mines 1982-2006 y en Sciences Po. 2007-2012, ambos en París. Desde Octubre de 2013 es Centennial Professor a tiempo parcial en la London School of Economics en Londres. Ha sido profesor visitante en UCSD, la London School of Economics y en el Departamento de Historia de la Ciencia de Harvard University. Además de tener numerosos reconocimientos internacionales, Bruno Latour es autor de una infuyente y extensa obra.
Recuperado de 
https://www.academia.edu/9990856/_El_cosmos_de_qui%C3%A9n_Qu%C3%A9_cosmopol%C3%ADtica_Comentarios_sobre_los_t%C3%A9rminos_de_paz_de_%C3%9Clrich_Beck

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